Ahora que acaba de publicarse Postapocalyptica: Mundo Roto, y para que tengas la oportunidad de conocer el ambiente si nunca habías oído hablar de este mundo postapocalíptico, te traigo un pequeño texto en varias partes que describe un día en la vida de un superviviente en el Mundo Roto. Si quieres leer la primera parte, la tienes aquí.
Postapocalyptica: Un día cualquiera en el Mundo Roto, segunda parte
Desactivo el perro mecánico que se acerca ladrándome desde su caseta. Si no fuera porque me lo explicó Gal, esta máquina infernal me habría arrancado la mano ya en mogollón de ocasiones. Y es que yo nunca recibí el don del Relojero. Nunca pasé el Despertar y soy igual de negado para la tecnología como cualquier otro superviviente. Solo los tecnochamanes comprenden y manipulan de manera correcta las máquinas antiguas o son capaces de realizar fantásticas proezas con un puñado de herramientas, su talento y su don. Aun así pude establecerme con Gal como aprendiz y soy un privilegiado al haber memorizado sus instrucciones para manipular cosas como la máquina esta que usa como alarma contra intrusos. Cosas de ser el hijo de una prima especialmente pesada, supongo.
Con todos mis dedos felizmente unidos a mi mano llego serpenteando entre montañitas de piezas oxidadas hasta el bus. No sería la primera vez que Gal se queda sopa aquí dentro, así que entro sin llamar esperando pillarle desprevenido y poder chotearme de él por una vez. Pero lo que encuentro me deja helado.
Si tío, pese al calor que hacía.

En medio del bus se encuentra Gal, con toda su raquítica y morena figura tiesa como si tuviera un palo metido por el culo, de pie con los brazos en alto tocando el techo del bus. Estaba tan delgado que si no te fijaras bien, creerías que era un tubo que alguien había colocado para sujetar el techo.
Vale, no estaba tan delgado, pero para que te hagas la idea. El caso es que pegué un grito de sorpresa y me acerqué hasta él. Tenía los ojos en blanco y puedo jurar que le oía zumbar en un tono súper bajo. Los collares de tuercas que llevaba y las herramientas que colgaban de su cinto chocaban unas con otras produciendo un ruido repetitivo que ponía los pelos de punta.
— ¡Maestro, maestro! ¿Qué le ocurre?—le grité, pero no me hizo ni caso.
Joder, estaba acojonado de verdad. Le había visto en trance mecánico otras veces, pero nunca en el bus y menos en esa postura.
Salvando al tecnochamán
Le puse la mano encima para menearle y que reaccionara, pero cuando le toqué sonó un tremendo crujido y me pegó tal descarga eléctrica que salí disparado y caí entre la pila de cajas de tornillos, tirándolas y armando tal desorden que me llevaría horas ordenar después. El brazo que había sobrevivido al mordisco del guardián mecánico del exterior, se me durmió por completo. Es buen momento para decir ahora que el bus estaba vacío de asientos y que casi todo el sitio estaba ocupado por cajas y más cajas llenas de quincalla de todo tipo.

Pero al menos sirvió de algo. Al hacer contacto con Gal, salió del trance de golpe, y cuando me pude levantar frotándome el brazo, ya me estaba mirando con su expresión de: “¿Qué cojones estás haciendo?”.
— Ey maestro, menudo calambrazo. Estaba otra vez conectado, ¿no?—No me atrevía a mirarle directamente, así que aparté la mirada hacia sus collares de metal y herrumbre. Podéis llamarme acojonado pero si vosotros vierais lo que yo veo estando a su servicio tampoco lo haríais. Lo de poner el pelo de punta andando cerca de un tecno es literal la mayoría de las veces. Además, me zumbaban la cabeza y los oídos mogollón y tenía que hacer esfuerzos para no caerme de nuevo. Genial para mejorar mi día.
— Pues claro que sí, pero no era una conexión voluntaria, un tecnoespíritu tenía un mensaje para mí.
Ante la sorpresa de lo que acababa de decirme levanté la vista hacia él. Su gesto era bastante serio, aunque la posición tiesa de los pocos pelos grises que tenía por barba y el hilo de humo que escapaba de lo alto de su cabeza hacía difícil no descojonarse en su cara. Aun así aguanté como un campeón.
— Pero esas cosas ocurren solo en el taller, ¿no?
— Pueden ocurrir en cualquier lugar donde ronden entidades del éter, y por toda la zona hay muchos tecnoespíritus impacientes. Toda esta chatarra les atrae y les excita—dijo abarcando el interior del bus. Fue una mala idea, porque en ese momento se dio cuenta del estropicio que acababa de causar con mi caída. — ¿Se puede saber qué es todo esto?
Yo, que seguía frotándome el brazo dormido bajé la mirada de nuevo y me dispuse a recoger todo aquello. Quizá así se relajara y me contara algo más sobre esa conexión tan misteriosa.
Continuará próximamente.
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